Archives

  • 2018-07
  • 2018-10
  • 2018-11
  • 2019-04
  • 2019-05
  • 2019-06
  • 2019-07
  • 2019-08
  • 2019-09
  • 2019-10
  • 2019-11
  • 2019-12
  • 2020-01
  • 2020-02
  • 2020-03
  • 2020-04
  • 2020-05
  • 2020-06
  • 2020-07
  • 2020-08
  • 2020-09
  • 2020-10
  • 2020-11
  • 2020-12
  • 2021-01
  • 2021-02
  • 2021-03
  • 2021-04
  • 2021-05
  • 2021-06
  • 2021-07
  • 2021-08
  • 2021-09
  • 2021-10
  • 2021-11
  • 2021-12
  • 2022-01
  • 2022-02
  • 2022-03
  • 2022-04
  • 2022-05
  • 2022-06
  • 2022-07
  • 2022-08
  • 2022-09
  • 2022-10
  • 2022-11
  • 2022-12
  • 2023-01
  • 2023-02
  • 2023-03
  • 2023-04
  • 2023-05
  • 2023-06
  • 2023-07
  • 2023-08
  • 2023-09
  • 2023-10
  • 2023-11
  • 2023-12
  • 2024-01
  • 2024-02
  • 2024-03
  • 2024-04
  • 2024-05
  • I El proceso de globalizaci n vive

    2018-10-26

    I El proceso de globalización vive un punto de inflexión sin una trayectoria futura previsible. La crisis financiera estallada en 2008 con su interminable cauda de efectos sociales y políticos así como la amenaza cierta y actual del cambio climático, han puesto en la picota la supuesta ventaja de los paradigmas productivo y económico predominantes. La malhadada combinación de apertura externa sin control, baja inflación, déficit públicos por mandato, adelgazamiento de los Estados y predominio del mercado se ha traducido en más desigualdad, mayor pobreza en muchos países avanzados o en desarrollo y una aguda concentración del ingreso en unas pocas manos. El de la desigualdad es un desafío que vive y se reproduce en las entrañas del sistema económico moderno y le da actualidad Regorafenib la idea del capitalismo como un mecanismo contradictorio e inestable que, dejado a su libre transcurrir, puede ser implacablemente autodestructivo y llevar al mundo en su conjunto a una circunstancia límite. Enfrentar a la desigualdad implica, de manera inexcusable, poner a la cuestión social en el centro de las ocupaciones nacionales y globales. La vieja cuestión social que indignara a Dickens no desaparece sino que se mueve a otras latitudes y la nueva, plagada de riesgos e incertidumbres, se implanta sin que la primera desaparezca. Ahora parece claro que, sin contar con arquitecturas globales y nacionales que sean capaces de entender que para ser estrátegico, en el horizonte deben estar con claridad explícita la igualdad, el crecimiento económico y la sostenibilidad ambiental, el futuro aparece cuando menos esquivo y nublado. Por ello es que hay que celebrar los acuerdos de la Cumbre para el Desarrollo Sostenible, realizada en 2015. Se trata de esfuerzos que urge multiplicar y traducir en políticas de Estado porque los números rojos de nuestro rostro social son, lo siguen siendo, abrumadores. Hablamos de políticas de Estado más que de políticas públicas porque el esfuerzo que hay que desplegar para lograr esos objetivos y metas tendría que ser a mediano y largo plazos a más de sistemático e integral. La recurrencia e insistencia en las políticas públicas suele llevar a soslayar la importancia del largo plazo y la necesidad de ver las intervenciones del Estado bajo una perspectiva y un enfoque integrales e integradores.
    Introducción La mayoría de los medios de comunicación y de los políticos que adoran las ideas simples explicaban a vascular cambium partir de 2010 la crisis del euro con una historia de cigarras y hormigas. Esta idea penetró en la población alemana que terminó por estar convencida de que Alemania escapó a la crisis ya que contrariamente a los meridionales que como la cigarra gastan sin contar, los alemanes trabajan duro y saben ajustarse a sus medios. La crisis habría acontecido en Europa porque algunos estados periféricos habrían pedido prestado demasiado y habrían gastado demasiado. La pequeña Grecia, la arrogante Irlanda y los indolentes ibéricos habrían intentado vivir por encima de sus medios y habrían empujado sus gobiernos a financiar con deuda nacional un nivel de vida muy superior a lo que sus esfuerzos productivos podían permitirles. Esta manera de ver las cosas se acompaña de la convicción de los alemanes de su propia irreprochabilidad y de la necesidad de que las cigarras sean castigadas incluso si ellos mismos corren el riesgo de absorber una parte del castigo. Este modo de presentar las cosas es simplemente falaz. Como análisis de la causa de la crisis europea, la fábula de Jean de La Fontaine nos envía por un camino erróneo. Aunque el déficit de Grecia era ciertamente elevado, Irlanda era un parangón de virtud presupuestal. El presupuesto español estaba incluso en excedente cuando el crac de 2008 estalló y Portugal no mostraba un resultado peor que Alemania en materia de déficit y endeudamiento. La verdadera causa de la crisis de la zona euro no tiene nada que ver con el comportamiento de las cigarras y las hormigas. Se encuentra en la zona euro y particularmente en la invención del euro. Lo anterior lleva a una paradoja: los pueblos europeos que durante mucho tiempo se habían unido muy bien se dividieron a causa de la moneda común. Inconscientes de los problemas macroeconómicos que originan las uniones monetarias, los europeos crearon un sistema que suprimía todos los amortiguadores de choques y garantizaba involuntariamente que el choque cuando aconteciera –como el de la crisis de los suprime en 2008– sería gigantesco y condenaría Europa a desgarrarse. Las instituciones europeas no fueron concebidas para soportar las ondas de choque de un sismo mundial tan monumental como el de 2008. Europa entró en una crisis de la cual es ella la única responsable y que amenaza con cuestionar sesenta años de integración europea.